Desde que Internet forma parte de nuestras vidas — y casi desde los inicios de su implantación social —, ha orbitado en la mente de teóricos, desarrolladores de tecnología y usuarios el concepto de «mundo virtual». Bien es cierto que gran parte de nuestras vidas hace tiempo que está en Internet y que pasamos muchas horas navegando por la red. Pero el concepto de metaverso, es decir, una simulación o extensión del mundo real en un contexto puramente digital, que abriría la «tercera dimensión» de Internet, es relativamente nuevo.

Aunque han existido y aún persisten varias iniciativas privadas que buscan la implantación de un metaverso — sobre todo en el ámbito del ocio — quizás la que ha tenido más calado y relevancia haya sido Second Life, de Linden Lab, que apareció a inicios de los dos mil (2003).

El desarrollo tecnológico de estos últimos años no obstante, así como las posibilidades y mejoras en la calidad de la red gracias a la fibra óptica y algunos movimientos empresariales de gigantes como Facebook — ahora Meta —, obligan a analizar de cerca este concepto, para evaluar cuál será el papel de los actores del mercado de la tecnología, los operadores de fibra, los usuarios de Internet y los sectores económicos que podrían verse influenciados por la existencia de uno o varios metaversos en un futuro cercano.

Qué es un metaverso y cómo definirlo

La definición teórica de un metaverso aún se hace compleja, ya que se trata de un conjunto de ideas y conceptos aún en desarrollo, a la espera de poder experimentarlo a través de dispositivos y plataformas, posiblemente vinculados al mundo real.

Un acercamiento bastante acertado, sin embargo, lo ha hecho recientemente el inversor de capital riesgo Matthew Ball en su ensayo The Metaverse: What it is, Where to Find it, Who Will Build It and Fornite. Para Ball cualquier metaverso debe reunir una serie de características, entre las que destacan:

• Expanden los mundos físico y virtual
• Despliegan una economía completa
• Son interoperables, es decir, los usuarios pueden trasladarse de forma íntegra — sus avatares o personalidades virtuales, sus enseres y sus bienes digitales — entre un metaverso y otro.

Quizás la manifestación más cercana a metaverso que podemos encontrar hoy en día sean los videojuegos, que no solo reúnen gran parte de las características expuestas por Ball, sino que también cuentan con otros rasgos definitorios como:

• La interactividad: los usuarios pueden comunicarse entre ellos
• La corporeidad: o la representación del usuario a través de un personaje o avatar, que cuenta con ciertas limitaciones «físicas» y está sometido a ciertas «reglas» dentro del entorno digital — altura, peso, movimientos, comportamiento, etc. —.
• La persistencia: o la capacidad del metaverso de seguir funcionando con independencia de que uno o todos sus usuarios estén conectados o no.

Un horizonte con más de un metaverso ¿Cuál es el papel de la fibra óptica?

Aunque importantes mastodontes tecnológicos como Facebook/Meta están apostando fuerte por el metaverso, la posibilidad de que existan más de un tipo de estos universos virtuales — juegos y realidades digitales, mundos espejo y realidades aumentadas — posibilitan la existencia de varios metaversos, con más de una corporación detrás de ellos.

El propio Ball, en su ensayo Framework to the Metaverse aseguraba «Basándonos en los precedentes, podemos aventurar que el metaverso revolucionará todas las industrias y funciones. Desde la sanidad a los pagos, los productos de consumo, el entretenimiento y el trabajo por horas».

Sea atinado o no el vaticinio de Ball, lo que es seguro es que el volumen de datos y la velocidad de transferencia de los mismos que requerirá el funcionamiento y la existencia de los metaversos necesitará de una tecnología a la altura. Y que la fibra óptica actual, con su tasa de transferencia y su latencia, así como los desarrollos de cara al futuro, como la fibra óptica y el Internet cuántico serán los que deban tomar protagonismo.