«La revolución de las próximas décadas consistirá en la fusión de la biotecnología y la infotecnología. La idea más destacada del siglo XXI es que los organismos son algoritmos, y que los algoritmos pueden piratear otros organismos». Así se expresaba el historiador israelí Yuval Noah Harari cuando presentaba su libro 21 Lecciones para el siglo XXI.

No sabemos si este escenario está próximo o es una arriesgada predicción, pero está claro que la conectividad global es el contexto en el que se sucederán todos los cambios que esperan, tanto los más fantasiosos como los más realistas. Y para alcanzar esa conectividad hay que superar algunos obstáculos, sobre todo los relativos a la brecha tecnológica y al impacto en el medioambiente de la digitalización. Los satélites de comunicación pueden jugar un papel importante.

¿Qué es un satélite de comunicación y cómo funciona?

Un satélite de comunicación es un artefacto tecnológico que se coloca, gracias a su lanzamiento adosado a un cohete, en la órbita terrestre. Están equipados con receptores, transceptores, antenas, transpondedores y otros dispositivos que permiten la recepción y el envío de señales de comunicación.

Los satélites pueden tener una posición estacionaria en la órbita o seguir una trayectoria predeterminada. Esto permite que se puedan emitir señales desde la superficie de la Tierra y el satélite pueda recibirlas, potenciarlas si es necesario, y enviarlas de nuevo hacia la Tierra, en puntos geográficos de recepción muy, muy distantes del emisor.

El largo camino hacia la conectividad global y sus obstáculos

La conectividad global no puede interpretarse como la panacea, pero puede ser crucial en el desarrollo social y económico del futuro. Para los países del primer mundo y, sobre todo para aquellos en vías de desarrollo. Pero la senda hacia ese objetivo será un reto que requerirá un esfuerzo, también global.

Las brechas aún persisten.

Los principales obstáculos para llegar a la meta de la conectividad global siguen siendo económicos, de infraestructuras, de brecha de género y generacional, de desigualdad en la adquisición de recursos tecnológicos o de aprendizaje e implementación, por citar solo algunos.

Además, también comienza a tener mucho peso el impacto que el desarrollo tecnológico en pro de la conectividad global tiene en el medioambiente. Cualquier país y organización puede y debe perseguir el objetivo, aunque no puede hacerlo arrasando recursos naturales, energéticos y medioambientales que resultan críticos para la supervivencia a largo plazo del planeta e incluso de la propia especie.

Los satélites de comunicación en el futuro de la conectividad

Todas las brechas de las que hablamos, además de otros problemas complejos que no hemos citado y que también se relacionan con la conectividad global, no pueden solucionarse únicamente con la intervención de un solo factor, como los satélites de comunicación. Pero estos sí pueden desempeñar un papel muy relevante a la hora de allanar el camino.

Por suerte, la fabricación y puesta en órbita de satélites es económicamente mucho más asequible hoy que hace un par de décadas. Esto permite a potencias internacionales de rango medio o medio-bajo plantearse entrar en el juego del desarrollo tecnológico sostenible sin hipotecarse. Del mismo modo, los materiales necesarios actualmente para fabricar un satélite de comunicación, la energía para ponerlo en órbita y los recursos para su mantenimiento son mucho más respetuosos con el medioambiente. Por si esto fuera poco, las infraestructuras satelitales no tienen competidor en lo que se refiere a costes, si las comparamos con las que requiere un despliegue de conectividad terrestre, bien sea con fibra óptica o con tecnología 5G.

Esto, además de la versatilidad del satélite en cuanto a alcance geográfico superando barreras físicas, supone todo un rayo de esperanza, para muchas zonas del planeta —sobre todo rurales y de difícil acceso— para las que la conectividad rural aún es un sueño inalcanzable.